Los días tibiamente frescos, claros, vibrantes, perfumados, rebosantes, exuberantes, eran como búcaros de cristal de sorbete persa, con colmo espolvoreado de nieve de agua de rosa. Las noches, estrelladas y solemnes, parecían altivas damas en terciopelos enjoyados, rumiando en su casa, en orgullosa soledad, el recuerdo de sus amantes Condes; los soles de casco de oro. Para dormir, a uno le era difícil elegir entre tan incitantes días y tan seductoras noches. Pero todas las brujerías de ese tiempo sin menguante no se limitaba a prestar sus encantos y potencias al mundo exterior. en el interior, afectaban al alma, especialmente cuando llegaban las horas calladas y suaves del ocaso. Entonces, la memoria formaba sus cristales igual que el claro hielo suele formarse de crepúsculos sin ruido
Mellville ("Moby Dick")
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